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Luces y sombras de un proyecto de alianza

Por Luis Decamps

Las alianzas o coaliciones no sólo son una lícita y legítima táctica (tanto en la lucha electoral como en cualquier otra liza del militantismo partidario), sino que muchas veces devienen necesidades ineludibles y perentorias para alcanzar la victoria en escenarios reputados como de control mayoritario pero no absoluto de determinadas fuerzas políticas adversas.

En ese sentido, la angelización o la demonización de ese tipo de estructuraciones electorales no responden, prima facie, a una sana concepción del laborantismo político (y mucho menos en el ámbito plural y abierto de la democracia liberal): en realidad casi siempre sólo sintonizan con una interpretación interesada de la coyuntura, una pobre idea sobre la concertación o una inclinación (aunque sea ligera) hacia el totalitarismo y las apuestas por una sociedad cerrada.

Por ello, el anuncio de la conformación de una alianza entre el PLD, la FP, el PRD y otros grupos banderizos con miras a los procesos electorales del año venidero debería asumirse, desde la óptica de las demandas de la institucionalidad democrática, como una demostración de madurez de sus promotores y, al mismo tiempo, como un reconocimiento de éstos de la fortaleza de la otra alianza en desarrollo: la encabezada por el PRM.

Ahora bien, si hemos de ser francos y desapasionados tendremos que estar contestes en que la proyectada alianza opositora, de inmediato perifoneada por dirigentes y comunicadores vinculados a ésta con exuberante pero muy riesgoso entusiasmo triunfalista, por el momento genera más dudas que certidumbres si se le examina con el prisma de la razón política: ha nacido natimuerta, y todo apunta a que no se materializará en las zonas de más decisiva demografía electoral (Gran Santo Domingo, Santiago, La Vega, Duarte, gran parte del Sur y por lo menos tres provincias del Este) y que podría concluir esterilizada o dinamitada por factores nodales atinentes a los objetivos estratégicos de sus integrantes fundamentales.

En efecto, lo primero que salta a la vista es que aunque se ha anunciado un “acuerdo” (por cierto, con nombre y apellido que develan poca capacidad de imaginación y no muy rica inventiva publicitaría), en realidad de lo que se trata hasta hoy es de un proyecto en el que únicamente existen varios puntos momentáneos de convergencia (tres o cuatro candidaturas senatoriales, promesas de fórmulas comunes sin ensamble, declaración de voluntad respecto a la segunda vuelta, etcétera) y los restante temas agendables se encuentran sobre la mesa o en espera de discusión.

En otras palabras, hasta el momento no hay una alianza sino una declaración de intenciones al respecto, puesto que están pendientes de conocimiento y aprobación las candidaturas (congresuales o municipales) de mayor potencial de conflictividad, las reglas de competencia para la primera vuelta y el modus operandi de la crucial y peligrosa sanción del postulante a una segunda vuelta electoral cuya realización aun es incierta puesto que depende de los resultados de un escrutinio previo.

(A riesgo de imputación por suspicacia bastarda, tampoco se puede obviar el hecho de que es singularmente sospechoso que el anuncio lo haya encabezado el jefe de uno de los partidos pequeños del proyecto de alianza y sin la presencia de los grandes líderes-contendientes o no-, pues aunque esto se ha vendido como una “reserva” de estrategia para “impacto final”, en política habitualmente tal tipo de manejo solo se hace cuando se perciben posibilidades de inviabilidad y se necesita tener una figura de pantalla que eventualmente sirva para sacrificar o para expiar las culpabilidades del fiasco).

Y es que, ciertamente, la “carpintería” del proyecto aliancista no luce tan manejable y factible como ha sido románticamente bosquejada: aparte de que debe atravesar el proceloso mar de los reconcomios acumulados entre danilistas y leonelistas (travesía difícil para quienes atesoren una pizca de dignidad, decoro o seriedad), también entrañaría la renuncia de las aspiraciones congresuales o municipales de muchísima gente con la garantía eventual y precaria de una victoria de la fórmula presidencial que actualmente es lo que más se parece a un cheque sin fondo.

(Eso último no es retórica ni retruécano escritural: hasta el momento en que se escriben estas líneas el PRM -y en especial con la candidatura a la reelección del presidente Abinader- luce imbatible a la luz de todas las encuestas de fiar aun sumando aritméticamente los porcentajes de preferencia atribuibles a toda la oposición, y por lo tanto cualquier proyecto que se cimente en una posibilidad contraria pudiera entenderse como simple ejercicio de subjetivismo o demagogia y no de apego a los hechos tangibles y mesurables).

Por otra parte, en lo atinente a la lucha entre danilistas y leonelistas por el posicionamiento en el segundo lugar de cara a la primera vuelta nadie debería llamarse a engaño: lo más probable es que pública o soterradamente sea una competencia feroz (en tanto estarán en juego el poder, el liderazgo y la sobrevivencia en el porvenir inmediato de cada corriente) entre gente dada a las malas artes de la política y acostumbrada al uso de recursos del erario que ya no estarán disponibles, por lo que promete revivir pasiones y resentimientos que pudieran desbordarse y expresarse en un virtual lance de pirañas.

¿Estarán dispuestos Leonel Fernández y la FP a respaldar con entrega y sinceridad la candidatura de Abel Martínez en el balotaje (en el caso de que éste termine en segundo lugar) corriendo el riesgo de que sus prosélitos sean reabsorbidos por el PLD? ¿Estarían dispuestos a hacer lo mismo Danilo Medina y el PLD en el caso contrario y a sabiendas de que corren un albur análogo? Con las debidas disculpas por la expresión de escepticismo, sólo la candidez, el descaro o la vocación de suicidio pudieran alimentar una respuesta afirmativa a tales interrogantes.

Es decir: en lo concerniente la anunciada intención de pacto para una eventual segunda vuelta (por supuesto, si es que está se produce), el horizonte no luce menos turbio para el proyecto de alianza: será muy difícil que la corriente que ocupe el tercer lugar apoye total y absolutamente a la que ganó el segundo puesto por una razón elemental y rotunda: ello implicaría entregar sus fuerzas a enemigos conocidos (táctica de “ruleta rusa”), con el omnipresente peligro de terminar desangrado o expoliado social y económicamente. O sea: no es cuestión de mera morigeración de egos… Es un asunto de sobrevivencia.

Por último, y acaso lo más importante para el presente y el porvenir del país, la alianza de marras despierta serios pruritos éticos y genera urticarias en el aspecto moral: una gran parte de la sociedad dominicana sospecha que no se trata de una coalición a su favor o en defensa de sus intereses, sino de un pacto auspiciado por corruptos en procura de impunidad y del retorno a la piñata de enriquecimiento ilícito que se vivió durante las administraciones de Fernández y Medina… Y no es simplemente cuestión de memoria ante lo reciente: es que el hedor aun asfixia.  

Todavía más: dando por hecho que ocurra lo inverosímil (consumación plena del proyecto de alianza, olvido general de los rencores por parte de tirios y troyanos, decisión hacia el suicidio de las dos grandes partes pactantes, pérdida de memoria de algún sector de la sociedad, etcétera), será muy difícil que Fernández, Medina o Martínez puedan convencer a la mayoría de los dominicanos de que el gobierno del presidente Abinader no es cualitativamente superior a los suyos y, en consecuencia, de que éste no merezca la oportunidad de un segundo período presidencial.  

(Hasta sus opositores reconocen que el presidente Abinader le ha cambiado el rostro a la Administración, adecentándola y haciéndola más democrática, productiva y eficiente, y que ha hecho una gestión de gobierno cercana al dominicano común, frontal en el encaramiento de los problemas estructurales de la sociedad y puntual en la respuesta a las dificultades o emergencias de coyuntura, destacándose, entre otras cosas, como el primer gobernante dominicano que ha hecho posible la independencia funcional de la Justicia y los órganos extrapoderes, que ha honrado su compromiso de campaña de combatir sin condiciones ni vacilaciones la corrupción, la impunidad y el narcotráfico, que ha cumplido con sus ofertas electorales como candidato, que ha logrado el crecimiento de la economía y la reducción de la pobreza en tiempos de crisis globales sucesivas, y que ha defendido valiente e intransigentemente la soberanía nacional ante Estados u organismos internacionales de todo el orbe).           

Finalmente, empero, es necesario insistir en que el proyecto de alianza opositora no es cuestionable ni desdeñable per sé (como se ha sugerido, es un legítimo ejercicio democrático y una buena táctica para reclutar incautos y desafiar la evidente fortaleza del PRM y sus aliados), pero también en que faltaron a la verdad e incurrieron en infundado alborozo los prominentes comunicadores vinculados al PLD y la FP que postularon en un popular programa radial matutino que el anuncio perifoneado alegadamente “cambió el panorama político dominicano”.

La verdad, claramente, es muy otra: el citado anuncio exhibe más sombras que luces, no ha tenido ninguna trascendencia o impacto, ni ha despertado entusiasmo entre peledeístas, fuercistas, perredeístas y aliados (y mucho menos en el resto de nuestra sociedad)…

En consecuencia, el alborozo podría no ser otra cosa que una ingenua manifestación de esperanzas con escasas raíces en la realidad y, a la postre, un romántico, infecundo y patético “sueño de verano”. El autor es abogado y politólogo. lrdecampsr@hotmail.com

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