Por Luis Decamps
Los ideólogos del neoconservadurismo actualmente en boga por todo el orbe (y en particular algunos de sus voceros de las nuevas generaciones, que ahora operan casi “al unísono” en política desde todos los partidos) gustan de restregarle a sus adversarios moderados o progresistas, en calidad de delito de lesa Historia y para impugnar todo discurso o proyecto de bien común o de acento estatista, la estúpida existencia y mejor caída del muro de Berlín.
(Aunque se desee o piense lo contrario desde una estrecha visión insulocéntrica, la distinción política entre conservadores, moderados y progresistas -y sus matizaciones de izquierda, centro o derecha, creadas involuntariamente durante las deliberaciones de la Asamblea Nacional francesa a partir de 1789- sigue siendo una realidad en el mundo -sobre todo porque implica principios y valores, no sólo ideas o doctrinas- y, muy especialmente, en las latitudes de mayor desarrollo humano o con más amplia base cultural. Verbigracia: los países democráticos más paradigmáticos del viejo continente).
Sin embargo, esos mismos ideólogos (o sus herederos históricos), que lanzan pestes contra aquella villanía del régimen autoritario de Alemania oriental (virtual “raya de Pizarro” entre el Este “comunista” y el Oeste “capitalista”), son los mismos que en todo el mundo (¡hasta algunos de la culta y humanista Europa del Norte!) hoy están postulando o defendiendo la construcción de muros en sus países para detener la entrada de migrantes indeseados. En otras palabras, están recuperando, reivindicando y reeditando el “método” de control migratorio preferido de ciertos “comunistas”.
(Ojo: se aclara a los distraídos y a los inquisidores de siempre que en estas notas no se está evaluando la procedencia o no de las políticas migratorias nacionales, cuya necesidad y aplicación nadie con dos dedos de frente cuestiona o discute, pues son un derecho inalienable de cada Estado que puede y debe ser ejercido a plenitud mientras en el mundo existan fronteras, diferencias culturales e intereses coyunturales e históricos discrepantes -que es el caso, por ejemplo, de RD frente a Haití-: de lo que se está hablando aquí únicamente es de principios, valores y ejes de razonamiento).
No olvidemos que la edificación del muro de Berlín fue la respuesta de los “comunistas” prosoviéticos en el poder a la creciente inmigración de los alemanes del Este (hartos del totalitarismo, la represión política, el caliesaje cívico-policial y la “igualdad” en la pobreza) hacia la parte del Oeste (plena de libertades, societalmente abierta y sin trabas para la iniciativa individual creadora de riqueza) bajo el predicamento de que se trataba de “deserciones” alimentadas y financiadas por los regímenes “burgueses” occidentales, lo que, desde luego, no era del todo incierto.
(Obviamente, hay demasiado gente que se niega a recordar que la tendencia a la migración, desde la aparición misma del ser humano sobre la tierra ha sido una realidad constante y difícil de controlar, en principio porque aquel era nómada por imposición de los fenómenos de la naturaleza y, luego, porque “la necesidad tiene cara de hereje” y la reacción más natural ante los apremios materiales y espirituales es la búsqueda de nuevos horizontes, particularmente hacia las latitudes que resultan mas promisorias para las aspiraciones y expectativas de libertad, progreso y bienestar).
Es decir: aquella aberración de concreto y alambres de púas que dividió al mundo a través de la ciudad de Berlín fue erigida con un objetivo simple, preciso y claro: tratar de contener desde dentro la avalancha migratorio de los habitantes de Alemania del Este, que estaban pasando penurias por la falta de libertad política, la asfixia espiritual y las deprimentes condiciones socioeconómicas en que vivían. Y, naturalmente, fue combatida enérgicamente por todo el espectro político conservador, los socialdemócratas, los liberales y los marxistas libertarios.
En nuestra América, el fenómeno desde la “izquierda” en el poder, en forma de amurallamiento legal (negación o incautación de pasaporte, impedimento de salida, cercos militares y de espías a embajadas y consulados, retiro de la ciudadanía, etcétera) o con base en la represión política -similar para todos los fines al físico-, se hizo notorio primero en Cuba, después en Nicaragua y últimamente en Venezuela: la migración hacia Miami, el resto del continente o Europa es santificada por el neoconservadurismo, y en consecuencia asumida como una reacción lógica y desesperada de los “hermanos” que se sienten agarrotados por los “regímenes totalitarios” de esos países y “amenazados de muerte” por la miseria o las carencias materiales extremas
Hay que insistir: especialmente el espectro conservador no sólo respaldó públicamente la migración del Oeste al Este en el pasado y ahora la de Cuba, Nicaragua y Venezuela, sino que ha constituído múltiples mecanismos de acción para estimularla, facilitarla y prestarle ayuda social y económica a sus protagonistas, y -sigue siendo así- en tal postura han contado con el apoyo no declarado de las corrientes progresistas más radicales (que en muchos sentidos eran antes las equivalentes de lo que ahora se denomina ultraizquierda o, más peyorativamente y con bastante inexactitud sobre todo en Estados Unidos, “izquierda woke”).
Por supuesto, los inmigrantes del Este “comunista”, Cuba, Nicaragua o Venezuela no eran entonces ni son ahora “gente de esos países de mierda” (como los denominó el presidente Donald Trump (referente y mentor de la vertiente populista del neoconservadurismo en gran parte del continente y del mundo) para abogar por la inmigración a Estados Unidos de noruegos, ni tampoco “antisociales”, “criminales” o “escoria” (como llamó el líder neoconservador español Santiago Abascal a inmigrantes africanos itinerantes en el mar cuando Pedro Sánchez, invocando los valores socialdemócratas, decidió acogerlos).
No. Los inmigrantes del Este “comunista”, Cuba, Nicaragua o Venezuela eran y son “disidentes”, “hermanos que huyen de la tiranía y la miseria” o “heroicos luchadores por la libertad”.
¿Se entiende? La migración humana sólo es un problema para el espectro del conservadurismo cuando proviene de los mencionados “países de mierda” (México, Centroamérica, África y naciones pobres en general) y si no existe un régimen político que no comulga con sus ideas, pues en este último caso se tornan muy sensatos y comprensivos hasta la conmiseración.
En este marco situacional su humanismo no es “falso” ni hay conspiración, por ejemplo, de Amnistía Internacional, que también defendía y defiende a los inmigrantes del Este “comunista”, Cuba, Nicaragua o Venezuela.
(Las últimas apuestas del neoconservadurismo populista estadounidense son las que ha formulado el presidente Trump hace poco: anexarse a Canadá, comprar Groenlandia, “recuperar” el canal de Panamá y cambiarle el nombre al golfo de México con el fin de denominarlo “golfo de América”, y para justificar alguna de ellas no ha tenido empacho en citar al gobernante norteamericano que se hizo famoso por actuar como un gendarme internacional aplicando la odiosa política exterior denominada “el gran garrote”. O sea: aparte de amurallamientos físicos o espirituales, hay una nueva y peligrosa apuesta por los despliegues expansionistas para promover el aislacionismo de seguridad nacional).
La reiteración es necesaria: hace menos de cuarenta años, durante los días álgidos de la Guerra Fría, el espectro conservador proponía estimular la migración, garantizar la libertad de tránsito y derribar muros, pero ahora, en la Era de la globalización, la concentración de la riqueza y el incremento de la desigualdad social, el neoconservadurismo (su reivindicador político y albacea ideológico), postula lo contrario: hay que detener a la “escoria” migrante de los “países de mierda” aunque sea necesario liquidar derechos ancestrales, construir muros legales, políticos o fronterizos y -si fuere “necesario”- disparar a muerte.
O sea: en este peliagudo tema también hay mucho de aquello de que “una cosa es con guitarra y otra con violín”.
El autor es abogado y politólogo. Reside en Santo Domingo. lrdecamps@hotmail.com