Por Wander Morales
En todos los debates se repite que “el país está en una gran crisis económica”. Pero basta que anuncien un concierto en el Estadio Olímpico con capacidad para 50 mil personas se llena a tope, con boletas desde 1,300 pesos hasta 50 mil pesos, vendidas en cuestión de horas.
Y no solo eso: las boletas se agotan tan rápido que los artistas tienen que abrir 2 y hasta 3 funciones, porque un solo evento no alcanza para la demanda.
Entonces uno tiene que preguntarse: ¿De qué crisis hablamos, si decenas de miles de personas pueden pagar esos precios sin freno? Hagamos un cálculo sencillo: Si 50 mil asistentes pagan solo el mínimo de 1,300 pesos, estamos hablando de 65 millones de pesos en una sola noche.
Y si solo 5 mil boletas se venden en los rangos altos, un evento puede superar fácilmente los 200 o 300 millones en recaudación.
Entonces, ¿cómo es que un país “en crisis” puede producir un movimiento económico de ese tamaño en un concierto? ¿Y no en uno, sino en varios seguidos?
La verdad es que aquí no vivimos en crisis: sino que vivimos en dos países a la vez. Uno donde la gente cuenta cada peso, y otro donde el entretenimiento se paga sin cuestionarse.
Lo que existe es una crisis de desigualdad, de prioridades y de percepción. Un país que “no aguanta más”, pero llena múltiples funciones de conciertos millonarios, no está en crisis económica; está en una crisis social donde la pobreza convive con el lujo, donde el discurso no coincide con la realidad, y donde preferimos medir la economía por titulares, no por comportamiento.
Hasta que no entendamos esa diferencia, seguiremos confundiendo espectáculo con bienestar, y seguiremos creyendo que el problema es la falta de dinero, cuando en realidad el verdadero problema es cómo se distribuye, en qué se invierte y cuáles son nuestras prioridades como sociedad.