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Estados Unidos al borde del abismo: el poder sin patria y la traición del bien común

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Oct 12, 2025

Por Bolivar Balcacer
Washington D.C., octubre de 2025

Mientras los pasillos del Capitolio se llenan de discursos altisonantes, la nación que alguna vez fue símbolo de equilibrio y sensatez democrática se desliza —una vez más— hacia el abismo de su propia arrogancia política.

El gobierno federal de los Estados Unidos lleva semanas paralizado. No por un enemigo externo, ni por una catástrofe natural, sino por algo mucho más corrosivo: la vanidad del poder. Demócratas y republicanos, en una coreografía ya repetida hasta el hartazgo, parecen más obsesionados con ganar titulares que con gobernar un país que se les desangra entre las manos.

El teatro de la irresponsabilidad

Desde el estrado del Senado, Chuck Schumer intenta mantener unido a un Partido Demócrata fracturado entre la prudencia institucional y la insurgencia progresista. A su izquierda, Alexandria Ocasio-Cortez y su cohorte de idealistas empuñan la justicia social como espada, aunque en esta batalla parecen haber olvidado que los soldados de su cruzada son trabajadores federales sin sueldo y familias sin esperanza.

En la otra orilla, los republicanos se desangran en su propio laberinto. Unos, guiados por la nostalgia de Reagan, claman por responsabilidad fiscal; otros, fieles a la retórica incendiaria del trumpismo, celebran el caos como si fuera prueba de patriotismo.

Lo que ambos bandos comparten es la ceguera: la incapacidad de ver que mientras ellos se disputan el relato, el país real —ese que madruga, paga impuestos y confía en que el gobierno funcione— se derrumba en cámara lenta.

Un pueblo sin Estado

Detrás de las cifras y los comunicados, hay seres humanos.
Madres que no saben si el cheque del Seguro Social llegará. Contratistas que pagan hipotecas sin cobrar. Oficiales del TSA que van a trabajar por deber, no por salario.

Y mientras tanto, los guardianes del sistema siguen atrapados en el pantano de su ego.
Washington se ha convertido en una ópera trágica donde todos cantan y nadie escucha, donde la ideología se confunde con virtud y el compromiso con debilidad.

El cierre del gobierno no es solo una disfunción administrativa: es una traición al pacto social que sostiene la república desde 1789.

La gran traición de ambos partidos

Hoy no hay héroes en el Capitolio. Ni los demócratas del progresismo mesiánico ni los republicanos del populismo punitivo pueden reclamar superioridad moral.

Ambos han olvidado la premisa más elemental del servicio público: gobernar es servir, no vencer.

La ambición de poder se ha vuelto más importante que la estabilidad de la nación.
La lucha por el control de la narrativa ha sustituido a la lucha por el bienestar común.
Y así, los Estados Unidos corren el riesgo de perder algo mucho más grave que un presupuesto: su alma política.

El precio del cinismo

Cada día que pasa con las oficinas cerradas y las nóminas congeladas, la confianza ciudadana se evapora un poco más.
El pueblo estadounidense —que siempre creyó que sus instituciones eran indestructibles— comienza a sospechar que quizá no lo son.

Y ese es el verdadero peligro: no el cierre en sí, sino la idea de que el gobierno ya no puede proteger ni representar a su gente.
De esa desconfianza nacen los extremismos, los mesías políticos y las tentaciones autoritarias que acechan toda democracia cansada.

Reflexión final: la hora del despertar

Estados Unidos no necesita más discursos, sino vergüenza y humildad.
Vergüenza de ver a su pueblo padecer por culpa de la soberbia de sus líderes.
Humildad para recordar que la grandeza de este país no se mide por quién grita más fuerte, sino por quién tiende la mano primero.

Porque si el poder deja de servir al bien común, deja de ser poder legítimo.
Y si la política se convierte en una guerra de egos, el pueblo —siempre el pueblo— será el único perdedor.

Hoy, más que nunca, los Estados Unidos deben decidir si quieren seguir siendo una nación de instituciones o una república de sombras.

El reloj corre. Y el abismo, esta vez, está peligrosamente cerca.

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